El
inicio de la noche fue realmente prometedor.
Un
vehículo de alta gama ( del trinque ) me recogió a la
puerta de ma maisón a las 22.00 con puntualidad británica.La cena rozó las perfección. A un entrante a base de empanadillas de carne, francamente deliciosas, le siguió el obligado pulpo a feira, que estaba en su punto.
La guinda la puso un postre variado de lo mejor que he probado.
Por desgracia el resto de la “velada” no estuvo a la altura de este suculento y engañoso inicio.
De nuevo, con puntualidad británica llegamos una hora tarde al local donde se celebraba la velada boxística, justo a tiempo para ver el comienzo del primer combate de la noche.
Omitiré unos combates que resultaron decepcionantes.
Tuvimos la fortuna de acomodarnos en las primeras filas y tener muy cerca de nuestras “sillas de ring” al gurú de la noche, que iluminó con su inagotable sapiencia a todos los allí presentes.
En los primeros compases del combate de fondo una voz potente a la par que mesurada surgió de entre el público:
-“¡Enséñale
donde está!”
Este
críptico mensaje, con toda la sabiduría milenaria que
probablemente encierra, sacudió mi cerebro con la fuerza de
un uppercut de derecha.
He de
admitir que la intención de este oráculo de las doce
cuerdas se me escapaba¿Acaso el púgil foráneo no sabía donde estaba? Bueno, seguramente no.
Pero probablemente el emisor de dicho mensaje tampoco sabe donde está él mismo, ni lo sabrá nunca.
Realmente ¿Alguien lo sabe?
Nuestro simpático gurú pugilístico siguió lanzando diatribas filosóficas durante toda la velada:
“¡Dale que está estática!”; “¡Disfrútalo!”; o “¡La culpa es del gordo cabrón!“ (refiriéndose al árbitro) son algunas de las perlas que nos regaló este Sócrates del cuadrilátero.
Pero hay unas palabras cuyo eco todavía resuena en mi mente como las secuelas de un knockout:
-“!
Enséñale donde está!”